En
el 732 d. C. el franco Carlos Martel derrota en Poitiers a los musulmanes. El
hijo de Carlos (Pipino el Breve) se convertirá en rey de los francos dando
inicio a la dinastía carolingia. El nieto de Carlos, Carlomagno, trata de reconstruir
el Imperio romano.
Este
Imperio llegó a ocupar las actuales Francia, Alemania, Italia y parte de
Cataluña, y tuvo su capital en Aquisgrán. El heredero de Carlomagno fue Luis el
Piadoso, único hijo vivo de Carlomagno, que gobernó entre los años 814 y 843 y
con el comenzó la decadencia carolingia.
Los
tres hijos de Luis el Piadoso (Carlos el Calvo, Lotario y Luis el Germánico) se
enzarzaron en una guerra tras la muerte de su padre (840) para conseguir el
poder del imperio.
En
el año 843 los tres hermanos firmaron el Tratado de Verdún por el que se
dividió el imperio en tres zonas, una para cada uno de sus hijos.
Cada
uno de los hermanos reinó sobre la parte que le correspondió. Lotario murió
pronto y su reino se lo repartieron los otros hermanos. Además, entre los
siglos IX y XI, con la llegada de otros pueblos invasores (normandos,
húngaros…), se deshizo aún más el Imperio carolingio.
La administración carolingia
El
centro de la Administración en el Imperio carolingio era la corte o palacio
dirigida por el Chambelán. Para gobernar Carlomagno dividió las tierras en
condados y marcas. Cada condado estaba
gobernado por un conde que cumplía sus órdenes y controlaba el territorio.
También
organizó las tierras en marcas. Las marcas eran zonas defensivas situadas en
territorios fronterizos con otros pueblos. El poder en las marcas lo tenían los
duques o marqueses. Una de ellas fue la Marca Hispánica, que incluía los
Pirineos, Barcelona y llegaba hasta el río Ebro.
Para
poder controlar a los condes y marqueses creó a los Missi Dominici,
funcionarios que se encargaban de que gobernaran según las directrices del
emperador.
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